"El cielo concede a los infiernos"
Ruge la batalla celestial. ¡Jerusalén está en llamas! Los mercaderes abarrotan el templo; ante la mirada cómplice de los religiosos han convertido su comercio en el núcleo del culto. ¿Quién estableció en cualquier caso que se diera culto? Contra el fuego y la tormenta, piden los curas mercaderes a sus fieles rezar con más fuerza mientras insisten en las órdenes: ¡llenad los cestos de monedas! ¡Cerrad los ojos con fuerza y ascended, hermanos! ¡Indignos, sois indignos! No se dan cuenta, no quieren darse cuenta, de que lo único que los Cielos piden a los suyos son las cabezas cortadas de sus amos.
¡Rebelaos, emancipaos! Se lamenta Dios con su débil voz, incapaz de gritar por encima de los púlpitos, mientras la escoria que se arrastra por el barro "clausura las iglesias de los pobres".
En el rostro de los ángeles se endurece la marca de la locura. Dios horrorizado ante la debacle de su creación, impotente. ¿Esperais que el plan divino se ejecute sin vuestra cooperación? ¿No os han bastado estos milenios para daros cuenta de que no funcionaba así, que no llegaría por sí sólo? Alcanzando cada vez cotas más profundas, ha llegado la hora de esa parte que Dios separó de sí para poder experimentar la Creación, la hora de detener a la humanidad y ejecutar los planes, cuando ni lo infinito puede albergar ya la paciencia.
El cielo concede a los infiernos. "Está bien", murmura derrotado. De nuevo la vieja lección; tan necesarios como los ángeles son quienes caminan sobre el azufre. "Reflejadles para que con su piel en llamas sientan el horror que han creado". Intensificad su miedo y su furia. Haced arder; repitiendo el ciclo, que atraviesen los infiernos, que alcancen así el... es el momento de que el juego se universalice de nuevo. Tormenta, ¿se cerrará al fin en silencio?
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